El 27 de febrero de 2025, el escritor y periodista Michele Serra publicó el artículo " Una piazza per l'Europa " en el diario La Repubblica. Este artículo, apoyado por numerosos movimientos federalistas y personalidades europeas, lanzó la idea de ununa marcha por Europa el 15 de marzo de 2025.
Este texto es una traducción
El mundo cambia a una velocidad imprevista, la historia avanza a toda velocidad y no deja tregua ni al más desatento ni al más perezoso. La desorientación, e incluso un nivel inusitado de miedo, son estados de ánimo generalizados: cualquiera de nosotros puede percibirlos en conversaciones cotidianas. No hace falta ser politólogo ni filósofo; basta un amigo en la barra de un bar para saber que se mira el presente con perplejidad y el futuro con aprensión. ¿Sigue existiendo el concepto político-estratégico de "Occidente" en el que han crecido las últimas generaciones de occidentales? ¿Qué será de Europa, que hoy se nos presenta como la olla de barro entre dos ollas de hierro, ambas llenas de bombas nucleares? ¿Sobrevivirá el modo de vida europeo a esta toma del poder, que pone en tela de juicio lo que trivialmente llamamos democracia, es decir, la separación de poderes, la igualdad de derechos y deberes para todos, la libertad religiosa y el carácter laico del Estado, y la igual dignidad y serenidad de gobernantes y opositores?
Y si las autocracias hablan simple y claramente (y mienten a su antojo, gracias a su constante falsificación tecnológica de la realidad), ¿qué lenguaje debe adoptar Europa para que su voz no sólo se oiga, sino que sea alta, convincente y tan atractiva como la de sus enemigos?
Resulta que respondí a estas preguntas de la manera más instintiva. Quizá también de la manera más "sentimental", pero las emociones existen y prescindir de ellas es vivir mal. En una columna de hace unos días, titulada "Diga algo europeo", y en mi boletín del Post, me preguntaba por qué no organizábamos una gran manifestación ciudadana por Europa, por su unidad y su libertad. Sin banderas de partidos, sólo banderas europeas. Algo que transmita, con la síntesis a veces despiadada de los eslóganes:"Aquí y ahora, construimos Europa, o morimos". Lo ideal sería que esto ocurriera el mismo día a la misma hora en todas las capitales europeas. En una versión más local y factible, en Roma y/o Milán, con la esperanza de que se produzca un efecto dominó continental.
En ambos casos, el número de correos electrónicos y mensajes que recibí diciendo "Me apunto, allí estaré, sólo dime dónde y cuándo" fue sencillamente abrumador. Nunca había experimentado nada parecido en décadas de escritura pública. Era como si hubiera mirado a través de las dos pequeñas ventanas de que disponía para ver si había alguien en la calle con quien pudiera charlar, y me hubiera encontrado con un lugar que ya estaba lleno. Sin provocación, sin organización, pero con una voluntad de estar allí que ni siquiera es un deseo, sino más bien una necesidad. Y aunque mi audiencia mediática es bastante limitada, como bien sé, me hizo pensar que quizá valga la pena insistir. Merece la pena intentarlo. También porque las omisiones, en una etapa tan grave y tumultuosa de la historia, son imperdonables.
No sé cómo organizar una manifestación. No es mi trabajo. A diferencia del movimiento de la sardina, ni siquiera tengo los conocimientos de redes sociales para hacer que la convocatoria de un acto se difunda rápida y ampliamente. Ni siquiera estoy seguro de lo que significa una manifestación física en esta nueva era: si es un ritual arcaico y torpe comparado con la rápida difusión de las concentraciones algorítmicas; si es un impulso generoso pero destinado a disolverse en medio de las evidentes dificultades políticas (Unir Europa, pero ¿cómo? ¿y cuándo? ¿Y cruzar el primero de los cien obstáculos sin tropezar con el segundo?).

Sin embargo, creo que una manifestación sólo con banderas europeas, con el único objetivo (sea cual sea la ambición, lo que cuenta es la visión, el valor) de defender la libertad y la unidad de los pueblos europeos, tendría un significado profundo y tranquilizador para los participantes. Les haría sentirse menos solos e impotentes ante los acontecimientos. Y sería una señal significativa -quizá incluso importante- para quienes manejan las agendas políticas y no pueden ignorar la presencia de una identidad europea básica, un proyecto político que es a la vez innovador y revolucionario, que no mira al pasado sino que habla del futuro. Se trata de nuestros hijos y nietos.
Por eso me dirijo a todos los que saben cómo conseguirlo, ya sean los votantes más corrientes o los eurodiputados más destacados, los personajes públicos más conocidos o los ciudadanos más anónimos. Asociaciones, sindicatos, partidos... siempre que estén dispuestos a desaparecer, uno a uno, en el azul monocromo de la plaza europeísta.
He tirado mi guijarro al estanque, esperemos que lluevan piedras.