SOS para europeos en apuros

"Nada es posible sin las personas, nada es duradero sin las instituciones". Esta observación de Jean Monnet fue el secreto del surgimiento político, el desarrollo económico, la unión monetaria y la ampliación continental de la integración europea. No hay mayor pesar para la Europa de hoy que haberlo perdido.

Nunca tantos europeos debieron tanto a tan pocos

El secreto de su eclosión política residió en la iniciativa personal de Jean Monnet en 1950, que fue inmediatamente retomada por Robert Schuman, oriundo del Mosela y de doble cultura, entonces Ministro de Asuntos Exteriores, quien, sin mandato político alguno y al margen de los canales oficiales, obtuvo el apoyo entusiasta de Konrad Adenauer, el nuevo Canciller que hacía de la reintegración y la reconciliación una prioridad. La iniciativa de los tres cómplices no dejó otra actitud al desprevenido gobierno francés que seguirle la corriente, lo que llevó a otros cuatro países a firmar al año siguiente el Tratado CECA de los seis miembros fundadores, primer paso hacia la unificación europea.

El secreto de su desarrollo económico y comercial fue la firma en 1957 del Tratado de Roma, clave esencial de las "trente glorieuses", que generalizó el librecambio institucional en los seis Estados miembros. Charles de Gaulle, poco dado al entusiasmo europeo, lo respetó a su regreso al poder, consciente de las carencias de un proteccionismo francés demasiado atávico. En cambio, no consiguió, a pesar de una confraternización declarada con Adenauer, liberar a Alemania, rehén desmembrado de una Europa dividida entre el Este y el Oeste, de un dominio americano tan vital para ella y sus socios como vasallador para el General. Pero Montesquieu ya había observado: "la verdad en un tiempo, el error en otro".

El secreto de su éxito monetario, por el que tan pocos habían apostado hasta entonces, residió en la clarividente audacia de Jacques Delors y Helmut Kohl. En contra de las opiniones mayoritariamente escépticas u opuestas en sus propios campos, aprovecharon la oportunidad que les brindaban la caída del Muro de Berlín y la reunificación alemana para empujar a François Mitterrand y sus homólogos a concluir el Tratado de Maastricht en 1992, aislando a los británicos, flanqueados por los daneses, en un estatus despectivo.

Para concluir estos tiempos benditos, el final de la Guerra Fría gracias al excepcional Mijaíl Gorbachov y la caída del comunismo que lo acompañó permitieron finalmente a la Unión Europea completar su ampliación continental. En los albores del siglo XXI, una Europa reforzada, unificada y soberana parecía al alcance de la mano, asegurando su lugar entre las primeras potencias mundiales. Pero las crueldades de la historia iban a decidir otra cosa.

¿Qué ha sido de los sueños que teníamos tan cerca?

Por desgracia, la Europa actual ya no parece capaz de garantizar las condiciones del axioma deloriano. Los líderes excepcionales son raros, como su nombre indica por definición, y como todo el mundo puede lamentar ahora. Y sin sucesores de su calibre, las instituciones europeas que nacieron de su audacia pero se enfrentan a un mundo en rápida mutación se desgastan prematuramente.

Ahora que el viento sopla en contra de Europa, enfrentada de nuevo a una Rusia agresiva, la oda a la alegría de Beethoven parece que dará paso al lamento de Rutebeuf. En efecto, esta Unión Europea sumida en la inercia invernal, con una cruel falta de intrépidos activistas europeos entre sus dirigentes, parece haber perdido su vitalidad, su fe, su ambición e incluso buena parte de su alma.

Entonces, ¿dónde están los grandes líderes europeos que ahora sólo pueden identificarse en fotos amarillentas? ¿Por qué nuestras sucesivas ampliaciones han acabado por lastrar al equipo continental en lugar de reforzarlo? ¿Y por qué milagro veintisiete Estados, cada uno aferrado en exceso a demasiadas prerrogativas autónomas de otra época, serán capaces de adaptarse a los urgentes desafíos de una vecindad hostil y sobrearmada y de unos competidores mundiales hipercompetitivos que no les harán ningún favor?

En ausencia de líderes que renueven o incluso refunden la Unión, ésta se encuentra sumida en lo desconocido, verdaderamente perdida "un puente demasiado lejos", tan incapaz de optimizar sus ricos logros pasados como de corregir sus bostezantes carencias.

Veinticinco años después, su moneda única sigue careciendo de toda convergencia económica o marco fiscal. Aunque ha proporcionado a Europa los méritos de una estabilidad monetaria sin precedentes, no ha ido acompañada de la necesaria responsabilidad. Demasiados países se han aprovechado del efecto anestésico de esta estabilidad y de una indulgencia culpable en la vigilancia mutua para aplazar reformas esenciales y poner bajo control sus finanzas públicas. Para algunos países, Francia a la cabeza, el nivel de endeudamiento ha alcanzado niveles alarmantes, privándoles de cualquier margen de maniobra para revitalizar la economía. En cuanto a las economías de escala que habría permitido una racionalización europea de las inversiones y los gastos, siguen siendo inexistentes debido a la obstinada negativa de los Estados miembros a reevaluar un presupuesto europeo limitado desde hace años a un insignificante 1% del PIB, ¡cuando sus propios presupuestos llegan a confiscar la mitad de ese PIB!

Su mercado único se ha visto debilitado por innumerables agujeros en beneficio de defraudadores y contrabandistas, alentados por la pertinaz ausencia de agentes de aduanas comunes en sus fronteras exteriores. En cuanto al tambaleante acuerdo improvisado en el Mar del Norte tras el Brexit, no ha hecho más que aumentar la ambigüedad, a la manera de Alan Greenspan diciendo "si crees que me has entendido, es que me he expresado mal".

Durante ochenta años, la seguridad militar de Europa ha seguido dependiendo totalmente de Estados Unidos. Lo que necesitamos ahora a escala europea es la misma determinación que de Gaulle mostró a escala nacional para garantizar una soberanía defensiva basada en una disuasión nuclear autónoma.

Por último, como señalaba el informe Draghi presentado el pasado mes de septiembre, nuestra competitividad económica está trágicamente rezagada con respecto a la de nuestros nuevos competidores, sobre todo en los sectores del futuro intensivos en tecnología.

Con todas estas carencias envenenándose mutuamente, Europa está ahora a punto de quedar despiadadamente marginada en el gran partido mundial de este siglo, tras haber desaprovechado la mayoría de las ventajas que estaban a su alcance.

Eran demasiado escasas y el viento se las llevó.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

El calamitoso fracaso del Tratado Constitucional en 2005 desempeñó sin duda un papel clave, ya que se rompió una primavera, el euroescepticismo no ha hecho más que aumentar desde entonces, y todos los esfuerzos por remediar la situación no han sido más que un esparadrapo en una pata de palo.

Pero igual que una golondrina no hace primavera, un cuervo tampoco hace invierno. Porque había una ambigüedad original que nunca se había disipado hasta entonces, y tampoco hasta ahora: la de esa "federación de Estados nación" citada por Jacques Delors pero tan cercana a un oxímoron. El Reino Unido, con el que el injerto nunca había cuajado, pretendía levantarlo a su manera apuntando a la puerta de salida.

Petrificado ante la perspectiva de perder el Reino Unido, el Consejo Europeo no dudó en proponer traicionar el ideal de integración, ¡sin consultar a los pueblos de Europa! Entre las perlas de la corona: renuncia explícita a una Unión cada vez más estrecha, rebaja de cualquier monopolio monetario del euro, posibilidad de que una mayoría de diputados nacionales repudie una norma europea, exclusión de las prestaciones sociales nacionales para los residentes de otro país miembro.

Lo sorprendente es que los británicos decidieran abandonar la Unión. Pero, ¿cómo podemos culparles por abandonar un club en el que toda cohesión fue arrojada a los cuatro vientos, incluso con el espurio pretexto de complacerles? El Brexit habrá tenido el mérito de evitarnos pagar por una permanencia en condiciones indignas de una verdadera Unión.

Por su parte, el Parlamento Europeo, descubriendo que tenía vocación misionera en todas direcciones, empezó a surfear en la ola de la ejemplaridad ecológica de vanguardia, sin preocuparse demasiado por la capacidad real de adaptación de la economía europea, ni comprobar hasta qué punto sus competidores se adherían ellos mismos a tal profesión de fe.

Por su parte, la Comisión Europea, desalentada de llevar a cabo proyectos políticos ambiciosos o de intentar reformar las instituciones, no dejó, a falta de grandes tareas, de sucumbir a las pequeñas, fuente de una tecnocracia excesiva. Igualmente ansiosa por dar ejemplo, al igual que el Parlamento, no tardó en sacrificarse también, en mayor o menor medida, a las corrientes y sirenas del zeitgeist eco-socio-libertario.

A falta de personal suficiente, ha llegado a depender de una miríada de comités de expertos y consultores de origen predominantemente anglosajón, así como de grupos de presión sociocategóricos de todo tipo, que proliferan ahora en torno a las instituciones europeas, muchos de ellos más motivados por la financiación de su trabajo que por los retos políticos, económicos y de seguridad de esta Unión multicéfala.

"Eso es lo que hace que tu hija sea muda", habría concluido Molière. ¡Su "méli-mélo", como habría dicho De Gaulle en una época en que la Comunidad original se lo merecía menos!

La pobreza nos arrastra y nos hace la guerra por todos lados

A pesar de, o a causa de, estas intervenciones múltiples pero descoordinadas, el declive de la competitividad de Europa no cesa, como ha subrayado enérgicamente el informe Draghi. Pero, ¿dónde vamos a encontrar los 750.000-800.000 millones de euros anuales de inversión adicional -casi 5% del PIB- para recuperar nuestro retraso tecnológico y asegurar nuestro futuro económico, social y de seguridad, cuando nuestros Estados miembros, enfrentados a unas finanzas públicas tambaleantes en algunos casos y a una crisis abierta en otros, se niegan a reforzar un presupuesto europeo que pesa cinco veces menos que estos 5%, o a considerar cualquier nuevo endeudamiento colectivo en la línea del que, calificado de excepcional, se acordó para hacer frente a la factura de la crisis de la eurozona?

Evitando cualquier confrontación, el programa de la Comisión renovada presentado al Parlamento por Ursula von der Leyen suma prioridades en todas las direcciones pero evita cuidadosamente abordar la cuestión central y sin respuesta de los nuevos recursos requeridos por las conclusiones del informe Draghi que, a pesar de todos los desmentidos prometidos/jurados, parece condenado como todos los anteriores a acabar en el cajón....

Para compensar semejante abdicación del ejecutivo europeo, ya no podremos contar como en el pasado con un motor franco-alemán que se ha roto. El malentendido cultural de una Francia jacobina y antifederalista frente a Alemania ha seguido agravándose, a pesar del euro, y las relaciones mutuas se han debilitado e incluso deteriorado, a pesar de los vanos intentos del Tratado de Aquisgrán. Sobre todo, ambos países se enfrentan actualmente a importantes crisis políticas y económicas.

Por último, sigue siendo muy arriesgado contar con un efecto de arrastre político, industrial o tecnológico significativo del programa de rearme europeo prometido tras la agresión rusa contra Ucrania. Ya incomparable sobre el papel con los recursos de Estados Unidos, de los que sigue dependiendo la protección de Europa, hasta ahora no ha logrado generar ningún impulso convincente, ni en términos de proyectos conjuntos sin precedentes, ni de preferencias mutuas, ni de inversiones a la escala necesaria. Ante el riesgo de desentendimiento estadounidense tras el regreso de Donald Trump, parece incapaz de compensarlo, tanto en términos de apoyo a Ucrania como de su propia seguridad europea frente a Putin.

Emergiendo del clima invernal que nos avergonzó

"Pris dans leur vaisseau de verre les messages luttent mais les vagues les ramener en pierres d'étoile sur les rochers". ¿Cómo no ver en el "tous les cris les SOS" del difunto Balavoine la analogía con nuestra persistente incapacidad para convencer a nuestros dirigentes de que crucen el Rubicón y rompan el blindaje de su propio territorio para darse los medios de solidarizarse, por fin a una escala a la altura de los retos, peligros y oportunidades de un mundo nuevo en el que no tienen otra respuesta que ofrecer?

Frente a los obstáculos y los contratiempos, ¿acaso la perseverancia obstinada, contra viento y marea, incluso frente a las botellas en el mar, no acabará triunfando sobre todos los imponderables, aunque ello suponga volver a poner constantemente la obra sobre el tapete? Dedicaremos pues con convicción a Europa el SOS de un cantante inspirado: "hay que cambiar a los héroes en un mundo donde lo mejor está por hacer".

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